Bandinnelli
Editorial Amarante
Le tengo un cariño especial a esta novela, por su autor, Bandinnelli, majo como él solo. Nos «conocimos» gracias a la Fundación Asimov, donde los dos reseñamos libros de ciencia ficción. Y mira tú por donde, Bandinnelli había escrito una novela de este género. Como por Valencia no pude encontrar su libro y él me aseguró que en la Feria del Libro de Madrid habría sí o sí, allá que me fui, con la esperanza de comprarlo, leerlo y que me lo dedicara.
Los dos primeros pasos ya los he cumplido; para el tercero, tendríamos que coincidir en el mismo punto espaciotemporal. Mientras espero a que esto ocurra, vamos al meollo de la cuestión: reseña de Cómo pilotar una nave espacial, un libro que no te enseñará a pilotar naves espaciales, pero con el que te lo pasarás de puta madre.
¿Eso cuenta como pareado? ¿Sí? Bien, seguimos.
Cómo pilotar una nave espacial empieza con Jan Solo (porque solo ha suspendido 23 veces el examen de pilotar naves), un chaval corto de entendederas al que le cuesta procesar con rapidez sus pensamientos y pillar las cosas a la segunda. Él tiene claro que quiere pilotar una nave espacial, así que se va a Colonia A a buscar a la mejor piloto de carreras de la galaxia, Emily «Abuela» Fastson. La piloto es muy conocida y admirada, pero nada más terminar una carrera sale huyendo para que no le hagan entrevistas. Jan tiene pocas posibilidades de hablar con ella, pero aun así no ceja en su empeño y va a buscarla para pedirle que le enseñe a pilotar.

A partir de ahí se desencadena una aventura detrás de otra: empiezan a aparecer personajes desternillantes, razas de extraterrestres increíbles (aquí he de mencionar a los umysh y su forma de hablar con 16 lenguas y un lenguaje corporal lleno de tentáculos), se inventa el teletransporte y, casi por arte de magia, aparece un grupo de pelirrojos misteriosos entre los cuales se encuentra mi personaje favorito: una señora con una maceta en la cabeza que no duda en usarla como arma. Vamos, que da cascoporros a to’quisqui. Esa señora es mi ídola para siempre jamás.

Una de las mejores cosas que hace Bandinnelli es coger como ejemplo a Terry Pratchett. Aquí donde me veis, soy una fanática de Terry Pratchett (¿quién lo iba a decir?). Si lo habéis leído alguna vez, sabréis que tiene un estilo muy peculiar, con un humor made in God Save the Queen; sus novelas son corales, llenas de personajes, y no usa la típica separación por capítulos. A medida que la historia avanza, sus novelas se vuelven más caóticas, trepidantes, corales, emocionantes… Y eso es algo que Bandinnelli ha adoptado muy bien para contar su historia con su propio estilo.
Además, Bandinnelli ha conseguido meter lecciones morales en frases graciosas que te hacen pensar casi sin darte cuenta, una cualidad difícil de desarrollar porque hay que encontrar las palabras justas que hagan reflexionar y reír a la vez. Además, también critica hechos actuales de nuestra sociedad, como el plan Bolonia (o Bolognesa) o el sistema democrático.
En los viejos tiempos los cónsules eran elegidos por unos pocos. En concreto, por los más ricos. Toda una serie de protestas de las clases medias (las bajas no tienen tiempo para esas cosas, se preocupan por sobrevivir) llevaron a cambiar el sistema. Había nacido la votocracia. Las clases medias, ocupadas en sus quehaceres diarios, no presentaban candidatos al puesto de cónsul, pero ejercían su derecho a voto. Se sentían parte de ello. Estaban contentos. Los ricos, algo preocupados al principio, alzaron todos una ceja al unísono. En concreto, la ceja derecha. Ellos, con todo el tiempo (y el dinero= del mundo, sí que podían entretenerse con esas minucias (p. 19-20).
Para definir el estilo de Bandinnelli hay que usar la palabra escatológico (no en vano tiene una colección de relatos titulada Escatología de andar por casa). Pongamos por ejemplo una lluvia de unicornios.
En ese mismo momento, en una dimensión paralela en la que llueven unicornios todos los jueves (dejándolo, en consecuencia, todo perdido de sangre y cuernos partidos), un científico acababa de desentrañar el secreto de por qué ciertas señoras se empeñan en llamar «hijo» a todos los jóvenes que se cruzan en su camino (p. 81).
También hay un Museo de Compresas Usadas. Visitadlo. Risas aseguradas.
Si tengo que poner alguna pega, sería a que algunas cosas quizás las explique demasiado o repite la misma idea en pocas páginas. Un ejemplo que me llamó la atención fue al describir a Jan, pues se reiteraba varias veces en el hecho de que no era un chaval muy listo. Pero decir las cosas sin decirlas es un arte difícil de perfeccionar, y estoy segura de que Bandinnelli dominará pronto el universo de los dobles sentidos.
Pero hay una cosa que no le puedo perdonar a Bandinnelli, y es que él, maestro como es de meter referencias a otras obras clasicotas de la literatura y el cine, y con lo que le gusta a él también Doctor Who… Que no haya metido una referencia a Doctor Who del tamaño de una TARDIS por dentro me parece imperdonable. Vendetta! Supongo que tendremos que quererlo igual… Siempre y cuando escriba otra novela, la publique y yo pueda leerla para comprobar que, efectivamente, incluye su buena ración de sentimiento whovian.
Humor a cascoporro, ciencia ficción, acción por un tubo, lunas, galaxias, aventuras, extraterrestres, críticas, naves espaciales, poca gravedad, macetas letales… Visitad Colonia A, subid a la nave de Abuela Fastson y empuñad vuestras macetas. No os arrepentiréis.
Imposible no cogerle cariño a Bandinnelli. La verdad es que una novela así es todo un reto, y tu reseña me ha convencido, ¡Compro! ¡Y leo!
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¡Te lo pasarás en grande! Ya me dirás qué opinas de ella. ¡Un saludo! ^^
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Maldito y sensual Bandinnelli. Le tenía ganas pero me has hecho querer comprar mi kindle ya para cogérmelo de inmediato 🙂
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Wow, ¿te vas a hacer con un kindle? A ver qué tal la experiencia. 😀
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